... Me desperté. Pero no abrí los ojos. Al mover la mano noté un dolor punzante. Era la aguja que pasaba el suero a mi sangre. Fue entonces cuando me di cuenta de todo. Tenía algunas magulladuras, y la morfina había cumplido su cometido. Mi mente fue reconstruyendo cada paso que había dado esa noche. T me estaba acompañando a mi portal. Había cruzado la calle escapando de sus palabras. No pude ver el coche. Todo fue muy rápido.
Abrí los ojos y vi a mi madre. Me miraba expectante, y pude ver mi miedo reflejado en sus ojos. Hablamos durante un buen rato, en el que le conté mi estancia en París, lo que recordaba del accidente y todo lo demás. Ella me contó que había pasado una semana, y que había llegado a España en un avión dos días atrás. Yo no recordaba nada, pero el médico dijo que era normal, aunque tendría que quedarme dos semanas más en el hospital.
El diagnóstico real era de dos costillas rotas. Mi diagnóstico personal era un corazón roto y destrozado.
Pasaron los días y solamente mis amigas vinieron a verme. Hasta que una cálida y solitaria noche de Julio, una sombra se cruzó con mi puerta.
Pasaron los días y solamente mis amigas vinieron a verme. Hasta que una cálida y solitaria noche de Julio, una sombra se cruzó con mi puerta.
Contuve la respiración, hasta que él cruzo el umbral de mi solitario cuarto. En ese mismo instante, me di cuenta de que en un futuro no muy lejano, necesitaría encontrar una manera de reconstruir mi corazón.